DIARIO DE PARTÍCULAS ORILLERAS
Orillar es concluir, arreglar, ordenar, desenredar un asunto…
Cada día recogiendo partículas de desechos plásticos encontrados en el rebalaje.
Una labor sutil casi imperceptible en la que me aproximo en cada baño , en cada paseo diario. Algunas flotan entre las algas y otras yacen en la orilla inertes.
Me acerco a la quietud de estas piezas de color estridente o de transparencia sospechosa. Parece como si quisieran mimetizarse con el plancton, y lo consiguen, los peces pican… y los humanos picamos peces y ya no sabemos que anzuelo muerde a quien…
El cielo se rompe y se caen las nubes arrastrando todo a su paso. Las ramblas empachadas vomitan su lastre a la mar hasta limpiar su curso y quedarse en nada. Solo tierra, tierra, limo y la huella imborrable del sol que quiebra el terruño hasta nuevo llanto.
Restos de invernaderos flotan a la deriva como algas indolentes de laboratorio que nunca tendrán ese verde flúor de sus gemelas vivas que ahora arrancadas del fondo pierden su clorofila descoloridas al sol. Navegan juntas; confusas las unas e inconscientes las otras, extendiendo su esencia en el piélago del caldo materno.
Estas partículas no tienen conocimiento alguno de algo concreto, ni siquiera de los actos que provocan y sus consecuencias. Ni ellas, ni sus fabricantes, ni quienes las consumieron, tuvieron consciencia o la facultad de reconocer la realidad.
Es inquietante sentir que estas partículas apocalípticas poseen un doble valor plástico; Su propia esencia como polímeros y esa otra pátina decadente y atractiva de belleza inusitada bruñida por la erosión que matiza formas y colores…
Salitre y arena en continuo derivar otorgan una luz incómoda en este flotar al sol, emergiendo hasta romperse entre las olas junto a piedras, esponjas, algas y rizomas de posidonia.